Por Ferran Lacoma

Nos dedicamos a querer controlar, mediante agendas u otras maneras, nuestro día a día. Algunas veces lo conseguimos y otras no. Hay días que pasan agradables y hay otros que no.

Intentamos que nuestros días sean como nos los imaginamos; y este imaginario suele venir de recuerdos de días pasados que ayudan a construir un futuro de una manera determinada.

En general, solemos buscar en ficheros de días anteriores experiencias agradables, confortables, de placer o de bienestar. Podemos buscarlas a corto o largo plazo en el marco de nuestra historia vivida. Los recuerdos aparecen sin fecha en nuestra memoria. Y gracias a nuestro inconsciente pueden aparecer memorias que no las teníamos conscientes, pero que aparecen igualmente. Así que lo habitual será planificarnos un día con recuerdos que nos hagan sentir bien.

Con un poco de suerte, esperamos que el día acabe como lo habíamos planeado. Sin embargo, el resultado final es que muchos de estos días los acabamos con vivencias, sensaciones y/o emociones que no habíamos contemplado vivir: nos estresamos de golpe, nos enfadamos, nos ponernos tristes, acabamos ansiosos o sintiendo envidia, etc.

Y cuando eso ocurre, muchas veces nos preguntamos: ¿Qué ha pasado para acabar así?

Casi siempre nos olvidamos de que hay algo más grande que nosotros, a lo que yo le llamo “vida”. La vida tiene la función de hacernos comprender, sentir y asimilar experiencias, emociones y situaciones que nosotros, por nuestra propia decisión, no hubiéramos decidido vivir. La vida, que es siempre más grande y sabia, nos ayuda a que sigamos creciendo y aprendiendo, pero lo hace según lo que tengamos que vivir, de un modo a menudo desagradable y con poco tacto, en el que casi nunca estamos de acuerdo, y por lo que el día se nos desmonta por completo.

Y ¿qué ocurre también con esta manera que tiene la “vida” de enseñarnos?

Pues que casi siempre nos toca una herida antigua, la cual está impregnada de sensaciones, emociones y respuestas poco o nada agradables, ni mucho menos llevaderas. Nos pasa que, cuando eso ocurre, no sabemos qué hacer con ella, ni cómo salir de ella, y nos acaban secuestrando. Es cuando todo lo que habíamos planificado, como un día agradable, tranquilo y divertido, cambia de golpe y acabamos sin saber muy bien cómo salir de lo que estamos sintiendo…Percibimos que algo se nos ha ido de las manos, no podemos dejar de sentir y darle vueltas a ese enfado, a esa sensación de soledad, a esa tristeza, o a esa decepción que se ha vuelto a despertar en nosotros.  Esta parte es realmente muy agotadora, y nuestro cerebro se activa rápidamente, respondiendo de la misma manera, a pesar de habernos prometido que no le daríamos más vueltas a ese tema, o que no nos volveríamos a enfadar o a poner triste por ese otro tema. Nos sentimos frustrados, sin control a penas sobre nuestras reacciones. Esta es justamente la parte del día donde nos dejamos inundar de estos pensamientos habituales de nuestro carácter, llegando siempre al mismo punto, reaccionando siempre del mismo modo.

 

Poner en práctica todo lo aprendido

Es justo ahí, en esta parte no tan agradable ni bonita del día, cuando necesitamos poner en práctica todo lo aprendido con la Terapia Gestalt o con la meditación, como es mi caso.

Es en estos momentos que el trabajo de tantos años de observación, atención, gestión y sostén, junto con la capacidad de darse cuenta y de estar en el aquí y el ahora, aparece rápido para salvarnos y (de)volvernos a la única realidad que existe, que es vivir lo que toca vivir y no lo que queremos vivir.

A veces creemos que no avanzamos…que siempre volvemos a caer en la misma sensación o emoción, pero no es verdad. El trabajo que vamos desarrollando con los años, aunque a veces silencioso, nos permite poder salir más rápido de nuestro secuestro cada vez que lo vivimos. A veces tan solo son unos segundos antes…10, 15, 45 segundos…y es ahí, en esos segundos, donde no tenemos control de nuestros pensamientos o emociones, y eso, aunque parezca poco, es mucho tiempo. Es ahí donde conseguimos salir de la vorágine de emociones y recuerdos antiguos…y de nuevo…1, 10 o 45 minutos antes que la última vez, que fueron 2horas…Este es el trabajo que debemos hacer cada día: aprender a volver al momento presente, sea cual sea, con lo que nos toque vivir en ese momento, volver al presente un poquito más rápido que la vez pasada. Aunque solo sean unos pocos segundo o minutos antes que la anterior vez que ocurrió algo parecido.

Sentir amor y compasión por la vida

Pero, ¿cómo sentir comprensión, amor y respeto por lo que nos toca vivir? ¿Cómo darnos cuenta de que lo que yo quiero y lo que yo tengo que aprender a vivir no casan para nada? ¿Cómo hacerlo desde un lugar tranquilo?

Crecemos siempre gracias a la comprensión y al amor. Y para poder llegar a comprender y amar muchas veces tenemos que implicarnos en una multitud de situaciones con aspectos alegres, tristes, de miedo, o de enfado que la vida nos trae. Y a su vez, es precisamente gracias a estos dos factores que seguimos evolucionando, que nos llevan a momentos de éxtasis divinos o experiencias cumbre, que hacen que queramos volver a ellos una y otra vez por la belleza que comporta poderlos vivir plenamente, entregándonos y fundiéndonos en la esencia de lo que son, sin querer cambiar nada más.