Por Fernanda Cuyás

“DESHOJANDO LA  MARGARITA: Me quiere mucho, poquito o nada…”

LOS CELOS

Es muy conocida en España la tradición de quien esté enamorado, de “deshojar una margarita” mientras pregunta: “me quiere, o no me quiere?” Y cuidado con que la margarita tenga un número impar de pétalos: la sentencia está echada.

En mi adolescencia y primera juventud en Argentina, la opción era “me quiere mucho, poquito o nada”, una manera menos radical, y no por ello menos estresante. No sé la cantidad de margaritas que habré arrancado en mi vida, esperando que la suerte marcara mi destino amoroso. Lo que sí tenía claro es que no paraba hasta dar con aquella que tuviera el número de pétalos adecuados a la respuesta que estaba esperando. Así y todo, aunque la respuesta fuese: “me quiere mucho”, y el novio que tuviere me mostrara desde sus acciones que estaba por mí y por la relación,  había una parte en mí que me decía: “vigila,  que se puede ir con otra”. Entonces por primera vez siento que aquello que había escuchado de pequeña: “No seas tan celosa” o “¿Por qué eres así de celosa?”, comenzaba a tener sentido para mí.

Luego vinieron otras relaciones… hasta una de ellas, donde fui yo la celada: “conmigo y de esta manera o con nadie”-me dijo… ¡Y aquí se me dio vuelta el mundo!

Podemos definir los celos como la respuesta emocional, que sentimos los seres humanos ante la percepción real o imaginaria, de amenaza, riesgo o peligro de perder por causa externa o de terceros, al ser amado o la relación que tenemos con él o ella.

Etimológicamente, la palabra celos proviene del latín “zelus” que significa apasionamiento, ardor o celo. Sí!! Es la misma palabra que se utiliza para nombrar el período de fertilidad en los mamíferos hembras, donde por medio de diferentes señales le hacen saber al macho que están receptivas para la cópula.

Si bien es muy habitual observar que los celos aparecen en relaciones amorosas, y es quizás el ámbito donde se hacen más visibles y pueden hacerse más extremos, no es la única área. También suelen aparecer entre los miembros de una familia, entre amistades, en el ámbito laboral y o profesional, etc. Y allí por donde las personas vamos haciendo vínculos en la vida.

 

CELOS COMO RESPUESTA NATURAL versus CELOS INSANOS

En las sesiones de terapia, me encuentro con dos tipos de personas que vienen a consulta por tema de CELOS: los que los padecen y llegan a un punto tal de sufrimiento que se les hace difícil sostenerlo; y los celados: aquellos que padecen los celos de sus compañeros o compañeras y ya no saben cómo gestionarlo, ni gestionarles a ellos, sintiendo que la relación se está yendo a pique. Y dentro de estas dos categorías, hay a su vez otras dos: los que estuvieron inmersos en una situación real y concreta donde peligró la relación por aparición de un tercero, y los que padecen (ya sea el celado como el celoso) de constantes “escenas de celos” que no tienen que ver con lo real, ni lo concreto aunque sea percibida por el celoso como una amenaza a la relación.

Entonces podríamos hablar de los celos como respuesta natural real, si por ejemplo un hombre presencia cómo otro hombre aborda a su pareja sexualmente. Otro ejemplo podría ser que un hombre le dice a su compañera que cree que se está enamorando de otra mujer. Seguramente tanto el hombre del primer ejemplo como la mujer del segundo, no se sentirán muy felices y contentos en dichas circunstancias y es natural que puedan sentir celos de la aparición de este tercero con el cual sienten que peligra la relación tan valiosa que tienen. En este caso, los celos incluso pueden ser un factor que “empuje” a la pareja a revisar la relación, a re-actualizarla y en muchos casos a dar un paso adelante de crecimiento (y esto podría ser tema de otro artículo, que no abordaré aquí y ahora).

Por el otro lado, tenemos los celos insanos que aparecen aun cuando no existe una amenaza real en la relación aunque para el celoso sea percibida como real. Por ejemplo si el hombre de la pareja mira hacia la dirección donde hay varias mujeres juntas, si hace regalos a otros, si pasa tiempo con amigos/amigas, si se retrasa a la hora de llegar, si se arregla “demasiado” para ir a trabajar, si ahora estará rodeado de hombres o de mujeres, si sale mucho con los compañeros o compañeras… y podría enumerar un sinfín de ejemplos. El celoso cree que esto es amar mucho a su  pareja, y que es tanto lo que le importa la relación que está “velando, cuidando y protegiendo la”.

Estos celos poco tienen que ver con el amor, y mucho tienen que ver con la “posesión exclusiva” del otro. Donde el otro deja de ser una persona a los ojos del celoso, para convertirse en una “cosa mía”… Yo le llamo a esto “cosificar” a los seres humanos. Y bien conocidas son las letras de canciones románticas: donde sin ti no soy nada, eres mío, soy tuya… (y nadie es feliz ni come perdiz, y lo más factible es que no llegue hasta el para siempre).

Entonces puede comenzar  la hipervigilancia, el mal humor, la rabia que va en aumento y hasta puede convertirse en agresividad y violencia, el control, el espionaje, las amenazas, la angustia, la ansiedad, la desconfianza, la imposición, el sentimiento de “traición”. Y cuanto más el celado explica sus acciones, más el celoso ataca.

Los celos no tienen que ver con la persona celada, tienen que ver contigo. Entonces un día te dices: “ella o él puede darle a mi pareja aquello que yo creo no puedo darle, o creo que no tengo. Por ello siento que cada mujer o cada hombre, es un rival”.

Reconocer esto duele, y duele mucho a veces. Y también te digo que, estando en contacto con este dolor y dándole un espacio, es cuando puedes comenzar a sanarlo. Evitándolo, encubriéndolo, reprimiéndolo, taponándolo, puede dar la sensación a primera instancia de que duele menos, y sin embargo a la larga duele más, y herimos a los otros.

 

EN LA INFANCIA

Nuestra primera herida como seres humanos, es la de la separación. Representada en un nivel físico, psíquico y emocional por el ombligo. Fuimos uno mamá y yo, hasta que nací, me cortaron el cordón, y todo lo que venía dado de manera natural, ahora viene dado de “afuera”.

A su vez, esta primera herida, es para mí, la representación terrenal de la herida espiritual, que es la idea de separación de la Fuente.

Como bebés, necesitamos de la madre y del padre (o de la función madre- función padre) para poder vivir. Si no tenemos los cuidados físicos y emocionales, y su atención,  literalmente nos morimos. Somos dependientes en todos los aspectos, y nuestra supervivencia está a merced de lo que podamos obtener, sobre todo de mamá (o función madre). El “sin ti me muero” es real.

Todos estos cuidados y atención, a veces no vienen de la manera en que los necesitamos, entonces vamos desarrollando estrategias (o como llamamos en la Gestalt) ajustes creativos, para poder conseguirlos, que han cumplido la función fundamental de supervivencia. Hubo una niña un niño herido: que se sintió rechazado o abandonado,  que se las ingenió creativamente para seguir viviendo, mientras dependía de los adultos cuidadores. Estas estrategias que nos sirvieron de niños, dejan de servirnos de adultos.

En la adultez, si alguien me rechaza o alguien me abandona para irse con otra persona, “no nos morimos realmente” (y de paso te comento que nadie puede abandonar a nadie en la vida adulta. El abandono solo se produce de un adulto a un niño)

 De todas maneras, si no tenemos sanadas las heridas infantiles, lo más probable es que se disparen las alarmas y podamos volver a sentir que si el otro se va (y no es mamá, claro) no podemos seguir viviendo.

En la infancia, celar tuvo la función de asegurarnos que el contacto de calidad con nuestros adultos cuidadores, no sería alterado por ningún tercero, y que tendríamos todo lo necesario para poder desarrollarnos.  En la adultez, celar no tiene ninguna función de supervivencia.

La Terapia Gestalt, el Teatro Terapéutico y el Psicodrama, han sido los abordajes que me han ayudado a salir de mi propia trampa, poniéndole consciencia a  la manera en que los celos se disparaban automáticamente… porque la Vida, no dejó de ir trayéndome situaciones que me empujaron a decidir cerrar, estos asuntos que tenía pendiente desde mi infancia.

 

 

Cuando me alejo de mi experiencia y de lo que siento, me alejo de mí. Por lo tanto, volver a mi experiencia, sentir lo que siento, darle un espacio a la vorágine de emociones que pueden aparecer, ver a mi niña con miedo a perder el amor de sus padres, sintiéndose insegura y con mucha tristeza aunque siempre mostrara una sonrisa… me acerca a mí.

Porque sólo estando en mí, y amando lo que hay, puedo comprender desde mi cuerpo, mi emoción y mi mente que, acogiendo a la niña que se ha sentido rechazada y aceptándola, puedo volver a sentir el amor… hacia mí… y hacia los demás.