Nuestra primera experiencia en la vida ha sido nacer, y esta a su vez ha sido también nuestra primera experiencia de muerte. Me gusta definir la muerte como aquello que atravesamos sin posibilidad alguna de volver atrás y repetirlo.

El bebé en el vientre materno, en su vida intrauterina está viviendo su vida tal y como la conoce: arropado, calentito, nutrido. Lo tiene todo. Fusionado con su madre, disuelto en y con ella, conectado con la totalidad, siendo uno con el todo. Se siente completo. Es imposible que se sienta solo y no tiene consciencia del sí mismo ni de separación… Hasta que llega el nacimiento, la muerte de su vida intrauterina, pasa a la otra realidad: a esta realidad. Y ya!! Aquí sobreviene la primera herida: la de la separación del todo, la de individualización, experimentamos la pérdida del paraíso (como dice Claudio Naranjo)

A partir de entonces, comenzamos a configurar el Yo, se nos comienza a desarrollar la personalidad, y se produce el nacimiento del ego. El bebé/niño ahora en relación con su entorno y las figuras cuidadoras (función madre – función padre) van co-creando un campo relacional. En este campo, el niño/a aprende diferentes estrategias de supervivencia creyendo que así podrá conseguir el tan anhelado paraíso del que fue desterrado al nacer, anhelo que se verá frustrado, originando emociones deficitarias que intentarán llenar ese vacío y esa sensación de incomplitud.

Estas experiencias por la que pasamos todos los seres humanos dejan una huella profunda que nos condicionará en nuestro salir al mundo como adultos, en nuestro estar en el mundo, y en todas nuestras relaciones. Funcionamos como fractales: tendemos a repetir una y otra vez las estrategias (sin saber que lo son) porque en algún momento de la infancia nos sirvieron y sentimos que podíamos tener el tan preciado Amor para nutrirnos.

¿Qué pasa en la vida adulta? Las estrategias dejan de funcionar. Hacemos lo que siempre hicimos, nos comportamos como solemos hacerlo, nos identificamos con esa manera de ser y de estar en relación con el entorno y…. ya no funciona! Esta manera de estar en el mundo aparece como un personaje Shakespeariano en pleno monólogo seduciendo a un público que ya sabe (o intuye) que no es verdadero. No hay un área específica donde se manifieste más. Hay áreas donde el personaje se hace más evidente que en otras… ya sea con el vecino, con el jefe, con un familiar, con los amigos, con los hijos o con el amor romántico (y este será protagonista de otro artículo) … nos repetimos, pasándonos las mismas cosas, aunque tengan un porcentaje distinto o un color más o menos intenso.

 

El proceso terapéutico gestáltico ayuda a poner consciencia a todas estas estrategias/habilidades para ir dejando poco a poco la ilusión de ser algo, alguien, esto o aquella, para invitarnos a estirar el autoconcepto, y encontrar habilidades relacionales creativas y nuevas, más cercanas a nuestro verdadero Ser, a lo más Auténtico, a lo más Sagrado en nosotros. Como una especie de Resurrección

Morimos a la Vida Completa, al nacer. Nacemos a la Vida y nos desconectamos de nuestra esencia. Resucitamos en una explosión de contacto con nosotros y los otros, de una manera distinta, nutriendo y nutriéndome, en un acto de fe en la Vida misma.

 

Fernanda Cuyás Balzanelli

Terapeuta Gestalt especializada en herramientas psicodramáticas de intervención.