Por Quim Mesalles, Ferran Lacoma y Nela Moreno.

Artículo de la Revista de Terapia Gestalt nº 27: “Relaciones terapéuticas”. Septiembre 2007.

A través del juego del teatro, una parte de los mecanismos de evitación con el contacto -que tienen que ver con todo lo que no queremos mostrar de nosotros, con la parte que escondemos, con la parte que creemos que no es comprable al resto de mortales- se hace accesible. Con el psicoteatro podemos experimentar a través de diferentes roles inexplorados en la vida cotidiana.

Cuando nacemos y vivimos en contexto familiar y social, tenemos que aprender unas estrategias relacionales para así conseguir así conseguimos ser seres más adaptados para vivir en sociedad. Este aprendizaje que hace que el “tú” y el “vosotros” pase por delante del “Yo” en algunas ocasiones, puede derivar en un alejamiento de las necesidades del Yo que activará como consecuencia los mecanismos de interrupción de las necesidades que la Gestalt contempla como mecanismos neuróticos: cómo para ser aceptados y queridos perdemos una parte de nuestra autenticidad   en una dicotomía constante entre  libertad y adaptación.

El juego con elementos teatrales tiene como finalidad recuperar numerosos roles que nos pertenecen, entre ellos, la posibilidad de recuperar la ingenuidad, es decir, el “no saber”, el dejarnos sorprender.

El trabajo con el teatro nos permite explorar diferentes capacidades no desarrolladas  que son potenciales que tenemos: ¿qué pasaría si yo no tuviera miedo y me mostrara con lo más ridículo de mí, con lo que peor llevo y con lo que me da más miedo? (porque  existe la creencia que el adulto tiene que esconder y filtrar algunas cosas). Como si pudiéramos, de alguna manera, recuperar a través del teatro la capacidad de juegoque tienen los niños de ser el personaje que en cada momento les apetece.

La idea no es recuperar solamente al niño/niña caprichosa que hace lo que le da la gana en cada momento, sino también al niño/niña amoroso/amorosa que tiene que ver con la actitud de asombro de la vida, de asombrarme por todo lo que ocurre sin ponerle un juicio a lo que está ocurriendo; sin ponerle un nombre, un adjetivo, un listado de ideas preconcebidas: lo que toca, lo que no toca, lo que está bien, lo que no está bien, lo que está bien visto y lo que no, lo que agradará a los demás y lo que les disgustará… La capacidad de asombrarme por lo que ocurre en cada instante. La misma capacidad que tengo de sentirme mal si en uno de mis juegos ahogo a mi hámster, y la que me hace sentirme bien si alguien me da un beso y siento el cariño. Gracias al juego teatral en  la Gestalt, se me permite experimentar ser un monstruo o una princesita.

La terapia Gestalt a través del juego teatral nos permite trabajar eso: la inocencia de vivir la vida con un asombro constante, con actitud de presencia en el momento. No hay anticipación, sólo hay experimentación.

El juego teatral de descubrir todos los roles que conviven con nosotros y en nuestro entorno, equivaldría a la misma actitud (con conciencia) de un niño de 4 años que va caminando y se cae; cuando cae, llora; inmediatamente ve una cosa bonita y se olvida de que se ha caído para dirigirse y perderse en esa cosa que le agrada en ese preciso instante; que al coger una pelota del suelo, sin querer, da una patada y la envía más lejos y al ver cómo sus mayores le ríen esa gracia espontánea, repite la patada y se ríe también, y la sigue repitiendo mientras ve que ese acto tiene resultado: el resultado de entregar esa parte inocente de mí, a veces ridícula, para hacer sonreír a los demás… Se va asombrando a cada momento y no pone un juicio antes de que ocurra algo, sino que sabe sacar partido de cada momento, sin poner en marcha ningún mecanismo de evitación del contacto y deja surgir la autenticidad, lo real. Eso es difícil para el adulto, ya que los adultos tenemos una carga de heridas, de traumas, de introyectos (sobre el ridículo, el bien y el mal…), de anticipaciones… El teatro nos ayuda a intentar experimentar otra actitud delante de los acontecimientos.

A la vez, el juego teatral me permite experimentar roles donde mi comportamiento transgresor me hace encontrar los límites de la incomodidad de hacer daño a los otros, en papeles donde puedo experimentar la parte sádica, cruel, o agresiva, para de esta manera saber dónde están mis verdaderos límites.

El trabajo que propone el psicoteatro es siempre en esta línea de buscar  la autenticidad, la entrega, la generosidad, la experimentación en la búsqueda de los propios límites.

Podríamos hablar de una actitud muy parecida a la actitud Zen, en el sentido de que contacto con la austeridad del pensamiento y la emoción y me dejo sorprender por la vida, confiando en que hay un poder autorregulador que me llevará al mejor lugar.

Para entender el teatro en la terapia Gestalt, lo diferenciaríamos del teatro convencional en el sentido de que no es que haya que aprenderse un papel y actuar delante de alguien, sino que el psicoteatro me sirve para experimentar zonas de mí mismo a las cuales no tendría acceso si no fuera bajo los códigos del teatro terapéutico gestáltico, sin dejarme invadir por el propio personaje ni por el ansia de quedar bien ante el público.

Hay un ejemplo de Alejandro Jodorowsky que explica la diferencia entre teatro convencional y teatro terapéutico: sale una persona que aparentemente cree que es muy chistosa, y hace todo un desgaste de energía explicando un chiste que parece ser que es muy bueno; lo explica y al acabar de explicarlo mira al público, y nadie se ríe, y él está agotado por el enorme esfuerzo de su puesta en escena; esa expresión de inocencia y decepción, esa sí que es auténtica, es decir, es la parte terapéutica que sale en el preciso momento de comprobar que el público no se ha reído, de sorpresa y de pavor, de no entender. En esa parte es donde empezaría la autenticidad del trabajo gestáltico, en ver que todo lo otro era un mecanismo neurótico para conseguir la atención de los demás, donde se gastaba mucha energía; se trata de que el otro ponga conciencia en un acontecimiento auténtico que ha surgido espontáneamente. Esa es la auténtica verdad, que al ponerle conciencia se convierte en un Darse Cuenta. Porque eso es auténtico, eso es verdad. Todo lo demás es un desgaste energético para seducir.

Esa verdad espontánea empieza cuando no hay nada, en el “vacío fértil”: no voy a hacer nada para gustar a los demás. Cuando yo me muestro, es tal como soy. Ayuda a mostrar la decepción, la autenticidad en el sentido de que el ridículo ocurre no tanto por lo que hacemos sino por nuestra reacción; los demás muchas veces no piensan “qué tonto eres, qué ridículo eres”. Aquí estamos poniendo en marcha nuestras estrategias proyectivas, porque los demás pueden estar observando nuestras conductas y actitudes y hacer interpretaciones totalmente distintas de las que yo supongo que hacen.

El teatro utilizado en la terapia Gestalt es también una forma de jugar, un “como si” de transitar otras polaridades desde un aspecto de experimentación y juego. Tiene que ver con explorar lo que normalmente creemos que sería ridículo o no gustaría: lo evitado. Cuantos más segundos nos quedemos en esa zona (vacío), más posibilidades nos ofrecemos de entrar en contacto con la parte oscura que no hemos explorado, a causa de su “mala prensa”.

Hablamos de segundos porque se trata de hacer crecer un espacio que exploramos mínimamente: el vacío. Por ejemplo, cuando alguien nos llama y contestamos un franco “¿eh…?” con expresión de real asombro y autenticidad, mantenemos durante muy poco tiempo ese estado de sorpresa, y rápidamente volvemos a la zona en la que nos sentimos más seguros, aquella en la que pensamos que no vamos a ser ridículos, y nos van a aceptar. La experimentación de la autenticidad nos hace ganar segundos poco a poco a hacer crecer esa parte que no está filtrada, de poderme asombrar ante cualquier cosa.

En el trabajo de experimentación teatral y juegos de improvisación teatral, no se trata para nada de “hacer tonterías”o de “querer gustar”. Las “tonterías” también son mecanismos aprendidos. Se trata de desaprender y no hacer nada, de actuar según los recursos que surgen en ese momento, nada preparado de antemano ni filtrado por el intelecto, que distingue/sesga/escoge cuáles son las conductas adecuadas y cuáles no. Al no hacer nada permito que se abra paso la verdad de mí mismo. Y la verdad es lo que realmente comunica, lo que nuestros semejantes creen de verdad de nosotros, lo que no necesita justificación ni trabajo previo para ser válida. La actitud gestáltica, por encima de todo, es autenticidad.

Si lo mío lo entrego a los demás, voy a recibir mucho porque los demás se van a reír y a jugar conmigo. Es un acto de generosidad espléndido… Lo doy todo para que disfrutéis, para que riáis conmigo, para que lloréis conmigo.

También en el psicoteatro existe el público, pero en este caso sería como el principio Tú-Yo; es decir, el experimentador es parte del experimento: si hay testigos, ese mismo hecho hace que adquiera una importancia distinta que si lo hago solo ante el espejo.  Por ese hecho es importante que en la experiencia del teatro gestáltico se haga en grupo, o que exista al menos un testigo.

En esta actitud de experimentación teatral no nos identificamos con ningún personaje de los que interpretamos, sino que somos la suma de todas esas partes, es decir, la suma de todos los personajes posibles.

Al no identificarnos con ninguno de nuestros personajes, podemos experimentar la sensación de que podemos elegir desde el vacío el personaje necesario en cada momento. Esto nos daría una actitud propia de la Gestalt, creyendo que saldría a la luz según el proceso de autorregulación, la actitud adecuada para responder a cada acción en cada momento según acontezca.

En el juego teatral, se trabaja principalmente con las emociones. Experimentándolas y sintiéndolas y dándoles un espacio en lo corporal y también poniendo la atención en la relación con los demás, observando la reacción de los otros como espejo para saber el grado de reacción que provocan mis actitudes emocionales y mis movimientos, utilizando el intelecto en un momento determinado sólo para poder desarrollar recursos y poner conciencia en cada momento, en función de las reacciones que provocan mis movimientos en contacto con los otros.

Cuando estamos actuando en el juego de teatro terapéutico, la mirada del otro puede darnos o quitarnos energía, en el sentido de que si soy comunicativo y mi acción hace de espejo hacia el contacto, eso me llenará de satisfacción; si en cambio noto y siento la retirada de los otros, esto incrementará mis dificultades en lo relacional.

Puede ocurrir que el ser observado también me haga explorar zonas evitadas, o que no estoy acostumbrado a explorar, y descubra que la mirada de los otros me puede llevar a una actitud placentera. Cuando acompaño a un niño a un parque donde hay columpios y toboganes, enseguida detecto cómo reclama mi atención cuando, por ejemplo, está encima del tobogán, listo para tirarse, y me llama: “¡Mira qué hago, mira qué hago!”, y lo repite… Y tengo que estar ahí, pendiente… Y lo que hace el niño, el adulto lo ha visto mil veces, nada hay de extraordinario en un niño que baja por un tobogán. Pero la actitud de asombro, de entrega, de darme todo lo que en ese momento tiene (su emoción, su satisfacción, su pericia para subir al tobogán y dejarse caer, su querer compartirlo conmigo) es lo que me mueve a estar pendiente de él con la máxima atención de la que dispongo. Es este juego de que el niño se asombra, comparte conmigo la emoción que él siente y cree que sin duda yo la vivo con él.

En el teatro terapéutico, el conseguir el verdadero contacto con los otros se puede convertir en una experiencia gratificante, sin que lo que se muestra sea algo portentoso, elaborado y difícil… Conseguir la mirada y la atención sincera del público a través de la autenticidad, de la entrega y de la generosidad de proponer sólo lo que en ese momento tiene, lo que sabe, lo que puede ofrecer. Sin buscar números extraordinarios de previa preparación, sólo aceptando lo que existe y ofreciéndolo desde la más genuina y auténtica postura.

Otro ejemplo: cuando un adulto vuelve del viaje de su vida y te enseña unas fotografías con la emoción del sentimiento, como si te estuviera enseñando el viaje.

La capacidad de asombrarse, de imaginarte que lo que está ocurriendo está ocurriendo sólo en ese momento, y con esa actitud de entrega, de regalo, de presencia, de entregar lo que yo soy, sin más, a vosotros, sin reserva. Y esa es la manera de que el público capte de verdad el mensaje de entrega y lo acepte sin condiciones: por su condición de autenticidad y porque esta autenticidad es la que les llega a un nivel externo a lo intelectual, lo “compran” sin reservas.