Por Santi Calvo
Hace ya tiempo que voy observando los motivos por los que mis clientes vienen a terapia, éstos obedecen a varias razones:
Ansiedad,tristeza, dificultades en la relación de pareja, dificultad en mantener relaciones sociales, etc.
Normalmente ocurre que la primera demanda que hacen nuestros clientes o incluso los objetivos que desean alcanzar en la terapia distan mucho de los motivos reales por los que vienen a ella, es entonces cuando me digo, solo puede ser así, pues no nos conocemos en absoluto o nos conocemos relativamente poco, nadie, o al menos para mí, me enseñó a aprender a conocerme, nadie me inculcó la reflexión o mejor dicho la auto-reflexión, nadie me enseñó a reconocer mis emociones o sentimientos y mucho menos ponerles nombre, no quiero por esto condenar a mis progenitores pues lo hicieron como mejor pudieron y más si entiendo de dónde emocionalmente vienen ellos.
Otras personas vienen a consulta con algo más de podríamos llamar “inteligencia emocional”, es decir saben algo más que yo cuando comencé mi proceso, sin embargo en ocasiones tienen conceptos poco claros o confusos de lo que les pasa, ahí mi función es ayudar/acompañar a que se aclaren, normalmente son personas más jóvenes.
Cuando las personas vienen con mucha confusión mental en ocasiones confunden lo que piensan con lo que sienten, es como que no está bien definido el plano por el que están expresando ¿piensan o sienten? ¿piensan que sienten? O piensan y no les gustan lo que sienten, ahí quiero llegar. En numerosas ocasiones nuestros clientes vienen desensibilizados, es decir, les cuesta mucho poner nombre a las sensaciones o sentimientos que están sintiendo incluso en darse cuenta cuando sienten malestar, dolor, rabia o tristeza.
Para nosotros los gestaltistas la sensibilización es el primer mecanismo de evitación del contacto, pues éste se produce en el primer tramo del ciclo de la experiencia que sería cómo satisfacemos nuestras necesidades, que sería trasladable tanto a las necesidades primarias como comer, beber o respirar a otras que atenderían más lo emocional cómo la ternura, la sexualidad, contacto tierno, etc. En Bioenergética a esto le llamariamos subimpulso tierno, aquel que nos contacta con nuestras necesidades para luego contactar con nuestro Subimpulso Agresivo, aquel que nos hace ir a buscar/accionar/contactar o realizar la satisfación de éstas.
Cuándo la confusión es tal, como suele ser, normalmente la mente establece inconscientemente unos parámetros de lo que está bien y está mal, en Gestalt también los llamamos introyectos o creencias, y éste el origen del daño, pues muchos de nuestros males o al menos de los motivos que citaba al principio por los que vienen muchas personas a consulta son originados por conceptos, ideas o mandatos del inconsciente de como deberían ser las cosas, “como debería ser mi relación de pareja” “como me deberían tratar mis amigos” etc. Por ejemplo algo que vengo también observando es que para muchos de mis clientes si las cosas no son como ellos querrían o no son como ellos imaginan que deberían ser, sienten que se les abre la tierra a sus pies, entran en angustia, en ansiedad o se deprimen. Ahí es dónde digo que no hay amor hacía lo que hay, la mente puede ante lo que hay o al menos quiere poder, pasando entonces a ser una batalla entre lo que quiero o imagino y lo real o lo que realmente hay, por eso sufrimos, cuando la idea de lo que debería ser o cómo debería actuar o cómo debería sentirme no coincide con lo real, o con lo que siento realmente.
Así es como aprendimos a no respetarnos ni querernos, así hicimos nuestro ajuste creativo quizá para que no nos doliera tanto ya desde nuestra más temprana infancia, ahora en nuestra madurez este ajuste sigue actuando ya desde un lugar más conservador, llamándolo carácter, ego, etc.
Cuando aprendemos a reconocer lo que realmente hay, en principio todo es más doloroso pues podemos reconocer lo que nos duele o nos hace daño, pero ahí se abre un camino de más consciencia, de más presencia, dejamos tantas auto justificaciones de lado y es cuando aprendemos a responsabilizarnos, dejamos las ideas, los juicios, los auto-conceptos sobre nosotros mismos y empezamos a hacernos cargo de lo que pensamos y de lo que sentimos y sobretodo del daño que nos hacemos a nosotros mismos, es en ese preciso momento cuando observamos, sentimos y nos damos cuenta de la falta de amor a nuestro ser.
En mi experiencia el principal auto-concepto dañino fue el “deber” ¿cómo debería ser?, ¿cómo debería actuar?, ¿qué clase de hombre debería de ser? Todo ello lo recuerdo entre mezclado con una exigencia muy muy alta, generándome mucha ansiedad y angustia. La mente de los “deberías” había tomado el control y es como si se hubiera producido un “golpe de estado emocional “ dentro de mi, como no llegaba a satisfacer todos estos “deberías” sentía que no llegaba a nada, trabajo, pareja, etc. generándome sentimientos de frustración, rabía, ansiedad y mucha culpa.
El proceso la Terapia Gestalt me ayudó a poder relativizar estos “deberías” a tranquilizar mi mente a reconocer el daño que me estaba haciendo, a bajar mi autoexigencia, a hacerme cargo de mis emociones y no negarlas, en definitiva a validarlas y sobretodo mi agradecimiento al proceso pues me ayudó a aprender a quererme como nunca antes lo había hecho.