Parto de la base que las relaciones humanas son un “tesoro” a las que tenemos acceso por pertenencia a la propia raza, a la propia humanidad. Un “tesoro” de inestimable valor, que muchas veces sólo apreciamos en su justa medida cuando las perdemos o existe alguna amenaza ambiental de pérdida; el auténtico valor de las relaciones con las personas amadas surge en muchos casos cuando, en el horizonte relacional, atisbamos que éstas pueden tener un fin. ¡Triste!, pero igual también es condición de lo humano, o de una gran parte de la humanidad al menos.
Junto a la riqueza relacional se agrupan, no obstante, una serie de “circunstancias” que muchas veces la dificultan: conflictos, problemas, incomprensiones, malos entendidos y todo un laaaargo etcétera.
Un profesor mío solía comentar: “las relaciones son maravillosas, y aún es más maravilloso que alguna funcione”! ¡Creo que tenía razón! Seguro que todos hemos experimentado la “magia relacional”; seguro también que todos hemos saboreado lo agridulce o lo amargo que muchas veces resultan.
Y ante esta disyuntiva, ¿qué salida tenemos? ¿Qué podemos hacer o dejar de hacer para que las relaciones “funcionen” y pueda haber una satisfacción mutua? ¿Cómo poder desplegar todas mis potencialidades y ayudar o colaborar a que tú puedas hacer los mismo? Difícil reto, tentador, aunque complejo ¿Esto es posible, o pertenece a una gran fantasía que se esfumará como un castillo de naipes en cuanto bufe el viento?
Esta pregunta suele ser catalizadora para que una persona decida iniciar una terapia con el fin de ser ayudada a despejar el campo confuso y enmarañado en el que se encuentra inmersa; en definitiva, que pueda aliviar el sufrimiento que la propia complejidad de las relaciones ocasiona.
También puede recurrir a libros de autoayuda, masajes, acupuntura, renacimientos, y todo un laaaargo etcétera de recursos que hay en el mercado, y que no son el objeto de este artículo.
Ante toda esta incertidumbre relacional se me ocurre añadir un nuevo ingrediente que ahora sí, por fin, me acerca a lo que realmente deseo comentar, sin menoscabar toda la importancia de lo anterior. Este ingrediente que puede hacer cambiar el sabor del “guiso” se llama Advaîta; puedo asegurarles que no son de fácil digestión los terrenos de la no-dualidad en las relaciones humanas. ¡Aixxx!, tengo la desagradable sensación que me estoy metiendo en un buen lío del cual no tengo muy claro cómo salir, pero al igual que Arjuna “se vio obligado” a luchar contra aquellos que amaba, aunque le resultara difícil, me “siento obligada” a estrechar lazos entre lo humano y lo no-dual, entre lo cotidiano y lo atemporal, lo cambiante con lo eterno y lo inmutable… Despistes aparte, volvamos al “guiso” …
Se me ocurre ahora que el ingrediente imprescindible que nos falta es el de la Concentración; sí, la Concentración como entorno fundamental para cohesionar y aglutinar aspectos aparentemente irreconciliables; nos dará la textura y el sabor de la comprensión y del aprendizaje…, un guiso milenario que por fin puede alimentar y
nutrir a la humanidad, pues es accesible a un gran número de comensales; este ingrediente es “la Concentración”.
¡¡”Por favor, permanezcan Concentrados”!!
En el discurrir de la no-dualidad hay diversos niveles, gradaciones. Imaginen una escalera donde cada escalón de la misma tiene subdivisiones con pequeños matices perceptivos, que implican apreciaciones diferentes. Para el tema que nos ocupa, el de las relaciones desde el sistema Advaîta, analizaremos situarnos en la Concentración, porque tal vez es el territorio más cercano a la no-dualidad y al que todos hemos visitado con más asiduidad.
¿Quién no ha estado en más de una ocasión Concentrado en algún tema de su interés? La Concentración es ampliamente conocida y aceptada tanto a nivel personal como en ámbitos académicos —psicología, filosofía etc.—. La Concentración es un territorio “conocido”, pero intentaré explorarlo desde la perspectiva relacional.
Les propongo para ello un juego con una consigna que tal vez les apetezca experimentar…, darse cuenta… ¿Cuánto tiempo pueden estar Concentrados conmigo sin irse a otros espacios que no sean la lectura y la continuidad de este texto? Esto es, ¿cuánto tiempo pueden estar Concentrados en leer sin visitar espacios que no corresponden a este Presente en el que estamos inmersos?
Es un reto atencional que tal vez pueda ayudarnos a comprender lo que más adelante quiero contarles.
Concentración en relación. “Tú eres “el objeto” de mi interés”
Antes de continuar es importante aclarar que, la Concentración a la que me estoy refiriendo, se engloba dentro de los cánones de la práctica externa meditativa establecida por Sesha. Desde este protocolo específico abordaré las relaciones interpersonales. Desarrollaremos por tanto la Concentración como práctica externa dentro del campo relacional: la atención ha de recaer en el objeto de percepción, un amigo, un profesor, mi pareja, mamá, mis hijos…etc.
La Concentración genéricamente posee muchas e indiscutibles cualidades, pero, ¿cómo opera a nivel relacional? Por ejemplo, ¿en qué se diferencia ver una película Concentrado, de quedar con alguien más y Concentrarnos en su compañía?
Citaré un ejemplo que tal vez pueda aportar más claridad al respecto:
Se acercan las vacaciones. Es posible que surjan encuentros con personas que hace tiempo que no vemos. Nos apetece quedar y saber de ellos. Y después del primer contacto, cuando estemos juntos:
- ¿Dónde depositar la atención al relacionarme con alguien?
- ¿Cómo convertir el encuentro en práctica meditativa?
- ¿Y cómo convertir la práctica meditativa en un contacto saludable para todas las partes?
A este respecto, me viene a la cabeza una frase perteneciente a la Terapia Gestalt y que si no me equivoco su autoría pertenece a Carmen Vázquez. Dice algo así: “Yo puedo ser yo contigo mientras tú puedas ser tú conmigo”.
Toda una declaración de intenciones de cómo han y deben coexistir ambos sujetos, y como esta coexistencia será la antesala de una relación sana y enriquecedora.
¿Cómo encaja en esto la Concentración? Sigamos con nuestro ejemplo:
Se produce el encuentro y enfocamos la atención de una manera sostenida hacia nuestro interlocutor, nuestro sujeto de interés. La atención ha de proyectarse volcando el foco atencional en esa persona. En cambio, si estamos en un grupo iremos pasando de una persona a la otra de una manera natural según el flujo presencial que se vaya presentando: estímulos, reacciones espontáneas hacia los eventos de este aquí y ahora.
La atención ha de proyectarse hacia el exterior, hacia lo ambiental, utilizando para ello las herramientas innatas con las que venimos equipados: los sentidos.
Los seres humanos nacemos con un equipamiento de serie muy completo y desafortunadamente, por falta de un uso correcto, vamos perdiendo. La Concentración en práctica externa requiere de los sentidos para escudriñar y conocer al mundo, al otro: su voz, la mirada, el color de su piel, lo qué está trasmitiendo o haciendo…, la atención y los sentidos se dirigen hacia afuera.
Al leer estos últimos párrafos tal vez pueden preguntarse: ¿Qué pasa conmigo relacionalmente hablando? ¿Dónde quedo yo? ¿Tengo espacio o sólo el otro lo tiene?
Sostenidos en la persona o personas de interés, afianzados en la Concentración que marca el Presente, las respuestas surgen sin esfuerzo, sin estar sujetos a los cánones de doble atención: ahora atiendo al otro, ahora me atiendo a mí, ahora nuevamente al otro etc., en un inagotable ir y venir.
Este tipo de atención agotadora o como mínimo esforzada, es sustituida por una atención de respuestas espontáneas que emergen sin esfuerzo. Establecer un campo relacional con otra u otras personas desde la Concentración Advaîta, abre y facilita un tipo de atención no esforzada: sabemos intelectiva o emocionalmente, reaccionamos sin necesidad de tener que cambiar de ti a mí y al contrario; se establece por tanto un campo relacional sin fisuras ni aristas atencionales: es como sumergirse en el mar y conocer la temperatura del agua sin que haya un “alguien” separado de la relación persona/agua.
Establecer contacto presencial donde predomine la Concentración externa, podríamos equipararlo a pasar de una atención de aristas o picos a otra envolvente, curvilínea, de una atención secuencial a otra con matices de Totalidad donde el esfuerzo disminuye y el contacto pleno florece.
Esto que explico no es un acto de fe… ¡Hagan la prueba! ¡Experiméntenlo! Al principio puede resultar más compleja la experiencia con personas que con objetos inanimados, —recordemos que relacionarse es un acto que implica un cierto riesgo—. Para facilitar la experiencia pueden probar con cualquier otro estímulo ambiental que atrape la atención: algo de comida, un baño en el mar, escuchar música, ver una película, un paseo etc. Probar y experimentar para, cuando crean estar listos, trasladarlo a las relaciones. Sugeriría empezar con personas de confianza que les transmitan seguridad como para poder llevar a término esta exploración. Desde ahí será más sencillo poder sumergirse en la Concentración relacional sin que emerjan mecanismos de defensa que puedan obstaculizar o dificultar el encuentro.
La Concentración relacional sostenida permite experimentar una sensación indefinible de disolvernos un tanto en el otro, como una suave brisa de verano envuelve nuestra piel sin poder diferenciar la piel de la brisa y al contrario. Conozco de la brisa porque estoy disuelta en ella. Conozco y siento al otro porque en ese disolverse de la Concentración, una parte de mí es suya y ahora, también, una parte suya forma parte de mí.
Las defensas psicológicas bajan porque el sentido del «yo», de lo que me identifica como personalidad o entidad separada se desvanece, sin que afecte ni lo más mínimo al conocimiento de la experiencia relacional. Es justo entonces cuando se produce un auténtico encuentro entre seres humanos, cuando puedo ser yo contigo y tú conmigo, cuando en esta pérdida transitoria del «yo» podemos por fin establecer un “nosotros”.
Nela Bhargaví
Directora de las Áreas Transpersonal, Meditación y MindfulnessAdvaita.
Terapeuta Gestalt. Miembro didacta y supervisor de la AETG.