Terapia y Meditación, Desde la perspectiva y el Sentir de la Mujer.
Por Nela Bhárgavi
Tanto la Meditación como la Terapia han sido compañeras de mi camino desde hace ya la friolera de 24 años. Si la una es importante, la otra no se queda atrás, y, al menos desde lo que yo he podido experimentar, tanto en mí misma como en muchos pacientes a los cuales he tenido la oportunidad y el regalo de acompañar, son INSEPARABLES.
La unión de la terapia -en mi caso de la terapia psicológica– y la meditación, con todos los principios espirituales que alberga en sí misma, se convierte en una herramienta terapéutica de gran poder en todo proceso de sanación y crecimiento.
El trabajo psicológico se dirige fundamentalmente a localizar todo aquello que no ha funcionado en nuestra vida, aquello que nos ha lastimado, la herida básica que todos arrastramos, y a sanarlo, para que nuestras relaciones, empezando con la que mantenemos con nosotros mismos, sean más sanas y placenteras.
La Terapia hace alusión a la personalidad, al carácter, al ropaje con el que vamos vestidos o al vehículo con el cual nos movemos en el mundo. La meditación hace alusión a aquello que sostiene todo lo anterior. Siguiendo con esta metáfora sería al Ser que lleva la ropa o al Ser que conduce el vehículo. Mientras que el autoconocimiento hace hincapié en “¿cómo soy?” el autoconocimiento esencial lo hace en “¿quién soy?”. La unión, por tanto, del cómo y del quién abordando la personalidad y yendo más allá de ella…”más allá del ego”, es la herramienta por excelencia pues su naturaleza holística permite un abordaje terapéutico global del ser humano y de la esencia divina que habita en él.
Todo lo primero, aun siendo de gran importancia, está destinado a desaparecer, pues es en sí mismo impermanente. Lo segundo, en cambio, hace alusión a todo lo infinito que se alberga en el ser humano, a todo lo que es permanente aunque viva en profunda impermanencia. La mirada psicoespiritual nos ayuda sobre todo a transformar al niño o a la niña herida en un corazón abierto y amoroso y comprender que tal vez esta herida ha sido el motor que nos ha ido guiando hacia el encuentro con nuestra Esencia, todo bajo la luz del Amor esencial que nadie nos dio, y que por tanto nadie pudo ni podrá quitarnos.
Y la mujer…¿qué papel juega aquí? ¿cuál es su posición? Recordaba ahora mi propia trayectoria y también la de muchas colegas, tanto en el ámbito terapéutico como en el de la meditación, tantos internados de meditación durante tantos años…me siento un tanto nostálgica aunque sin tristeza. Es una nostalgia bella y llena de matices que ahora alimenta estas líneas que fluyen de mí.
Se me ocurre que tal vez lo que podamos aportar nosotras y, por tanto, lo que nos diferencia del mundo masculino en este ámbito pueda ser nuestra “paciencia”, teñida de tantos siglos acompañando a enfermos y moribundos. Pacientes, que no pasivas, también en la espera de nuestros hijos mientras se gestan en nuestros vientres. La paciencia, que tal vez sea “la ciencia de la paz”, es de vital importancia tanto en el proceso terapéutico como en el meditativo. Cada “paciente” tiene su propio ritmo, su propio pulso vital y como buenas parteras hemos de esperar a que sea justo el momento para intervenir sin la ayuda de fórceps que podrían lastimar al ser nuevo que está naciendo. Acompañar sin forzar, a la espera del momento apropiado.
¿Y en la meditación? Puedo asegurar que la paciencia es muchas veces la clave pues, como dice Claudio Naranjo en uno de sus libros ”hace falta mucho esfuerzo para dejar de esforzarse”. En la meditación no vale el empujar pero tampoco el dejar de hacerlo. Has de estar al acecho, en continua atención sin que “haya nadie que lo esté”, atenta, espera, todo se va dando, respira, atención y más atención, todo viene en su momento y hemos de estar allí, a la espera, pacientes incluso en el desespero de lo que no viene. De aquí me surge también uno de nuestros dones que es el de la Entrega a la vida, al amor, al dolor, al paciente que no mejora o a aquel que te increpa en su herida. Entrega al dolor de rodillas o al de los dedos del pie, o al de las cervicales tras largas horas de práctica meditativa, entrega al proceso, soltar, rendirse.
Y qué decir de la compasión, hace tiempo recuerdo que escudriñé en lo que significaba esta palabra y es algo así como “poder sentir o solidarizarte con el dolor ajeno, con el dolor del otro”. Muchas veces, cuando estoy en el proceso terapéutico con algún paciente que tal vez está conectando con una escena dolorosa de su pasado o de su presente, a ratos, a momentos, puedo sentir estas punzadas de dolor y que tal vez me remontan a recuerdos y a vivencias mías muy dolorosas y es que el Dolor como el Amor es universal y nos hermana. La compasión activa algo en mí que procede directamente del corazón y desde ahí puedo sentir como unos lazos sutiles que me unen y que me permiten sentir y acompañar al “otro”. Tal vez en esos momentos en los que el tú y el yo pueden ser un tu-yo, o un yo-tu, no separados y una Conciencia de Unidad.
Desde la perspectiva espiritual cuyo brazo activo es la meditación, la compasión rezuma por cada uno de sus poros. Por ejemplo, cuenta la tradición que Budha decidió encarnar de nuevo en un cuerpo físico renunciando a la Realización, porque sintió compasión de todos los seres que aún no se habían liberado del sufrimiento, asumiendo el compromiso de no liberarse él hasta que el último de los seres humanos lo hubiera hecho.
Tal vez a nosotras, como mujeres, desde lo femenino, desde la mujer, nos sea más fácil que estos dones puedan surgir, porque van más en “nuestro equipamiento de serie”. Esto no quita que el hombre también pueda sentirlos, pero, desde mi punto de vista, son “atributos femeninos”, como valores universales y no tanto desde el género.
Quiero citar, por último, a una gran mujer que ha sido relevante en mi vida y en la de miles y miles de mujeres y de personas en todo el mundo. Si alguien encarna en un cuerpo físico todos estos dones y muchísimos más es ella, es Amma. Esta “pequeña” mujer, que no debe de medir más de 1,50 cms de estatura, es la encarnación de la fuerza y del Amor vivientes. Viaja por el mundo “regalando abrazos”, y todo aquel que lo haya experimentado sabe que te conectan con tu divinidad interior. Es la fundadora de diferentes ONGs encargadas de paliar el hambre, la ignorancia y el sufrimiento en diferentes partes del mundo, empezando por India, que es su país de origen, y extendiéndose allá donde haga falta.
Otro ejemplo para mí realmente trascendente es el de Teresa de Calcuta, que dedicó toda su vida a entregarse al cuidado de los “pobres entre los pobres”. La mayoría de ellos también padecían enfermedades incurables como la lepra, que, además del dolor físico, les hacía enfrentarse a la exclusión social como seres “intocables”.
Tal vez nuestra naturaleza compasiva femenina sea el manto amoroso con el que necesita envolverse la tierra en aquellos momentos en los que el sufrimiento y la ignorancia parecieran querer imponerse.
El trabajo con la Meditación y con la espiritualidad se centra sobre todo en los recursos que ya poseemos en forma de dones innatos y en el contacto con nuestra naturaleza esencial, con nuestro Ser, la unión de ambas también podríamos llamarla psicoespiritualidad, término que probablemente acuñó Claudio Naranjo.
“Que todos los seres sintientes sean felices y vivan en paz” Nela Bhárgavi
Pequeña práctica donde se combinan la meditación junto con la terapia psicológica.
AMOROSA – BONDAD
Se trata de un pequeño ejercicio que consiste en repetir mentalmente unas frases (como si fueran un mantra) como quien hace una meditación. Estas frases no están pensadas como autosugerencias o afirmaciones positivas. No se trata de fabricar o de activar una amorosa-bondad (y ahí nos diferenciamos del pensamiento positivo), sino de dejar que estas oraciones resuenen en tu interior para EXPLORAR qué experimentas mientras las estás repitiendo (este es el abordaje psicológico).
Este ejercicio se dirige a la parte herida de tu interior. Puede ser muy poderoso a veces, cuando estás sintiendo tu herida, tu vulnerabilidad, o el dolor del desamor. También puedes decir cada frase como si fuera dirigida al niño o a la niña herida en tu interior.
Para empezar siéntate silenciosamente y respira profundo unas cuantas veces. Date cuenta del flujo de tu respiración sin modificarla ni intentar cambiarla, sólo constatando y observando el entrar y el salir del aire profundo, a tu ritmo.
Cada vez que te des cuenta de que tu atención se ha ido a otro foco que no es el de la respiración, amorosamente regresa a observarla. Puedes acompañarte de una música suave que te ayude a situar tu atención en el presente.
Al cabo de unos minutos continúa con tu respiración pero ahora focalizándola en la zona del centro de tu pecho, simbólicamente donde se sitúa tu corazón. El aire entra y sale, inhalas y exhalas despacio,no hay prisa. Y ahora empiezas a repetir mentalmente la frases que ahora te diré unas cuantas veces. Permite que cada una de ellas resuene en tu interior antes de pasar a la siguiente. Puedes repetir las frases cuantas veces quieras.
“Que pueda sentirme amad@”
Respirando. Coloca la atención en tu pecho. Inhalas profundamente y cuando saques el aire repite la frase nuevamente tanto como lo sientas. Detecta cómo te sientes mientras la vas repitiendo. Procura dejar que los sentimientos que afloren permanezcan como están sin tratar de arreglarlos, cambiarlos o juzgarlos. Sólo SIENTE. Si te das cuenta que aparecen juicios acógelos amorosamente como una madre sostiene a su niño y continúa.
“Que pueda saber que soy sostenid@ en el amor”
Las mismas pautas que en el punto anterior.
“Que pueda saber que el amor es mi naturaleza intrínseca”
Las mismas pautas.
(Extraído en parte de un artículo de John Welwood).
Fuente: www.gansossalvajes.com